miércoles, 10 de julio de 2013

San Miguel Aguasuelos, cuna de artesanos veracruzanos


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* Este año el pueblo se adjudicó los primeros lugares del Premio Nacional de Cerámica 2013, en Tlaquepaque Jalisco; Tiberio y Érik Vázquez se impusieron a mil 500 participantes de todo el país
* “Es un orgullo representar a tus raíces, a tu pueblo”, expresa Érik, ganador del segundo lugar
Xalapa, Ver.- Con una intensa actividad de alfarería y dos premios nacionales de Cerámica 2013, San Miguel Aguasuelos se consolida como la cuna de los artesanos veracruzanos, cuyo renombre va en ascenso en el ámbito nacional.
A unos kilómetros de Naolinco, carretera abajo, el paisaje serrano conduce a San Miguel. Durante el breve trayecto, a la derecha, el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba, majestuosos en la distancia, acompañan al viajero que puede apreciarlos por naturales ventanas al cielo que se abren en algunas partes del campo.
La carretera, con algunas curvas, lleva rápidamente al poblado, en donde el monumento de una mujer alfarera da la bienvenida. El pueblo es callado, pequeño, ofrece intimidad y la paz que cada habitante refleja en su trato a los visitantes. Ofrece calidez y hospitalidad.
En este pequeño pueblo se crean a diario miles de pequeñas figuras de un barro blanco, impecable, que lo mismo ocupan sitios en museos o en los lugares más importantes de miles de hogares de la región, el estado, el país e incluso el extranjero.
La elaboración de piezas de barro, una antigua tradición, es la vena vital de San Miguel. Antaño, las mujeres se iniciaron en la alfarería para contribuir a la manutención del hogar, desde el propio hogar mientras los hombres laboraban en el campo.
Iglesias, campanas, candelabros, figuras humanas, borregos, ranas, gallos, soles, tortugas, ollas, vasijas, nacimientos, santos, vírgenes, son algunas de las imágenes que le han dado fama y le han atraído premios al pueblo, cuyos artesanos están orgullosos de su labor y decididos a impulsarla.
Érik Vázquez Hernández obtuvo el segundo lugar nacional en Cerámica Navideña 2013 en Tlaquepaque, Jalisco, un certamen en el que participan los artesanos más destacados del país. En este año participaron unos mil 500 alfareros del país y a los que se impuso con un nacimiento totonaca, una aldea en la que los personajes fueron indígenas.
A sus 22 años, construyó una escena del nacimiento con piezas de hasta 37 centímetros de alto y en total fueron 143 figuras en una superficie de unos cuatro metros cuadrados.
“Mi mamá me inculcó la alfarería cuando yo era pequeño. Ella trabajaba para apoyar a mi papá porque sus ingresos en el campo no eran suficientes. Yo le ayudaba y para mí era un juego, pero lo tomé más seriamente a los 13 años”.
A los 16 años, en 2006 obtuvo su primer reconocimiento nacional, un segundo lugar, en el Gran Premio de Arte Popular. Érik se siente orgulloso y se considera representante e impulsor de esta labor que en cada pieza elaborada, pone el nombre de Veracruz en alto.
En cuanto al futuro de la alfarería “ve más difusión, más patrocinios para San Miguel Aguasuelos. Ello inspiraría a muchos adolescentes más hijos de alfareras a producir más y conservar esta tradición”.
Ser el ganador del segundo lugar es un orgullo porque es un reconocimiento al esfuerzo, al sacrificio, “es un orgullo representar a tus raíces, a tu pueblo y vale la pena”.
Norma Vázquez Gutiérrez, hija de don Tiberio Vázquez, ganador del primer lugar de Cerámica Navideña 2013, que entrega el Gobierno de la República, nos recibe en su pequeño taller, un espacio sencillo, bien iluminado, en paz, en la parte posterior de una casa modesta.
“Mi madre inició esta actividad en la casa. La mayoría de los que nos dedicamos aquí al trabajo de la artesanía somos mujeres”, dijo mientras entintaba afanosamente cientos de diminutas bolitas de barro marcadas para confeccionar 300 rosarios para un pedido.
La alfarería es algo que desde niños viven, experimentan y valoran, por ello las niñas, al crecer, deciden seguir esta tradición. Muchos niños también ven en la alfarería un juego que les permite modelar y crear figuras, pero ese juego se vuelve labor cuando son grandes, como su hermano Miguel Ángel.
Norma comenta que tanto las instituciones del Gobierno, a través de concursos, como la enseñanza familiar impulsan la alfarería. “A mis hijos voy a enseñarles para que conozcan lo bonito que es la artesanía, aunque quisieran dedicarse a otra cosa”.
Lo que más le gusta es que “puedo dominar esta materia a mi manera, todo lo que yo quiera hacer lo puedo realizar”.
El proceso del barro es largo, la materia prima se obtiene de un pueblo cercano, Tepetates, y luego hay que preparar la masa, limpiarla, colarla, dejarla secar para obtener un producto impecable color beige uniforme y que les permita modelar.
Luego la elaboración de la pieza, con todos los detalles deseados, uno por uno, para luego entrar al horno a cocción. Esta última fase puede llevar desde seis hasta 10 horas dependiendo de la pieza elaborada, su tamaño, espesor y humedad.
Miguel Ángel, su hermano, se inició en la alfarería a los 16 años, hoy tiene 22 y su marcado gusto por crear iglesias le ha dado un reconocimiento dentro del mundo de la alfarería. De entrada, le gusta esta labor. La considera noble porque le genera ingresos en un lugar donde la oferta laboral es baja.
Orgulloso, muestra una pieza de unos 35 centímetros de largo por 20 de ancho aproximadamente y otros 25 de alto. Una iglesia con todos sus detalles: una nave principal con contrafuertes, torres, campanarios, barda perimetral, atrio de adoquín, detallado uno por uno, y al frente, una procesión en la que la banda de músicos no podía faltar.
“Lo que más me gusta es hacer iglesias y lo que menos, ollas,  porque las formas redondas no me salen bien”, confesó sin despegar la vista de una nueva catedral a la que le montaba la cúpula central entre dos torres firmes, de superficie tersa y estirada hacia el cielo.
También doña Etelvina Moreno, desde temprana hora preparó el horno: un cilindro hecho de cal y arena que se eleva a un metro de altura y con unos 70 centímetros de diámetro, que tiene en su interior una decena de vasijas de tamaño mediano listas para la cocción.
Desde el fondo, la leña calienta el horno y llena de humo el patio de la casa. Al fondo unos niños juegan con flores y vasijas de barro. Doña Etelvina reacomoda con cuidado las vasijas y tapa con pedazo de lámina acanalada de zinc el horno.
“Se tienen que cocer en seis horas y de ahí apago el horno, pero no las saco, ahí las dejo hasta que solitas se enfríen porque si no, se rompen”. Ella, al igual que el resto de las mujeres alfareras de San Miguel, ha obtenido de la alfarería dinero para su hogar y convivencia con sus hijos.
Una historia en común compartida por las mujeres del pueblo, tal y como lo confirmó doña María Paredes Linares, quien aseguró que, mientras los hombres se iban al campo, ellas producían sus artesanías para venderlas y ayudar en la economía familiar.

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